"El asedio a la política, Dávila Ladrón de Guevara Andrés y Botero Jaramillo - Sistemas Políticos La
- cecsprensa
- 22 nov 2014
- 15 Min. de lectura
La compleja modernización de los partidos más antiguos de América Latina.
Introducción: ¿crisis o vigencia de los partidos tradicionales?
Generalmente, al hablar de los partidos políticos colombianos suele decirse que están en crisis, que sufren procesos de fragmentación, pulverización y que son a la vez victimas y responsables de los peores males que aquejan a la sociedad colombiana. Crece día a día la distancia respecto de lo que en teoría deberían ser: canales de comunicación entre la sociedad y el Estado. No obstante, como casi ninguna otra organización partidista de la región, los dos partidos mantienen una vigencia significativa que se comprueba al examinar los resultados electorales recientes. Si bien han perdido el control hegemónico que tuvieron sobre la escena política colombiana y se han visto afectados por fenómenos como el largo y hondo conflicto político y la irrupción del narcotráfico, que desestabilizaron su capacidad para copar la arena política y para intermediar conflictos entre sectores sociales. Sin embargo, en términos de la competencia política y el acceso a los cargos de elección popular y representación, el país conserva un innegable tinte bipartidista.
La idea de fondo que quiere desarrollar el autor plantea que, más allá de la tensión señalada, los partidos continúan jugando un papel central en la configuración y funcionamiento del sistema político colombiano y de un régimen político que, pese a sus limitaciones, puede caracterizarse como democrático.
La aproximación utilizada en el texto se centra en el par “partidos en auge” vs “partidos en crisis”, predominante en el ámbito académico y de opinión de Colombia. Primero caracteriza a los partidos históricamente, su papel y sus transformaciones. Luego se analiza la interpretación que se apoya en la idea de crisis de los partidos. A continuación se presenta la postura que remarca la vigencia de los partidos. Finalmente, conclusiones sobre este par y sus efectos sobre la política colombiana.
Para caracterizar los partidos políticos en Colombia: teoría, historia y referentes comparados.
En esta sección se harán precisiones sobre la estructura, organización y funcionamiento de los partidos y del bipartidismo colombiano, así como de las transformaciones que han sufrido a través de los años.
En el siglo XIX
Tras las reformas del siglo XIX[1], las variadas agrupaciones políticas dieron paso a lo que en definitiva constituyo a los dos partidos que han jugado un papel central en la competencia y el ejercicio del poder político en Colombia. El inicio de los partidos se remonta a las diferencias entre Bolívar y Santander[2], en la construcción del Estado colombiano. Sin embargo, un examen de los datos no permitiría llegar a conclusiones definitivas sobre razones ideológicas, económicas o de clase que pudieran estar detrás de la conformación de cada una de las agrupaciones y en relación con la adhesión de individuos a una u otra colectividad. En consecuencia, ni siquiera en sus orígenes e historia mítica aparecían los partidos como esas organizaciones añoradas en relación con lo que actualmente existe.
Es difícil también lograr describir una asociación consistente en términos de actividades económicas y posturas políticas e ideológicas (terratenientes, conservadores, católicos vs comerciantes, liberales ateos). Empero, en tanto se afinaban y matizaba la interpretación en esta dirección, más difícil resulta precisar lo sucedido a nivel nacional y la lógica que pudo haber predominado en la agregación de intereses más allá de lo local.
Algunos autores lograron redefinir los parámetros para una adecuada comprensión de cómo los partidos adquirieron sus rasgos y fueron protagonistas del proceso político a lo largo del siglo XIX. Para ello, consideraron la combinación de actividades económicas en los líderes y sectores más destacados; la complejidad regional y local del fenómeno partidista en Colombia, y tendencias tales como: las divisiones intrapartidistas, las dinámicas cíclicas de coalición-conflicto-coalición intra e inter partidarios y la fuerza de las dos agrupaciones para copar la escena política desde muy temprano. También la tendencia a las coaliciones pese a las recurrentes confrontaciones que condujeron a múltiples guerras civiles; la ausencia de diferencias programáticas e ideológicas claras, pero a su vez la utilización electoral y política de algunos de estos quiebres, para hacer oposición y ganar adeptos en sectores radicales de la población, en relación con el tema religioso, la disputa federalismo/centralismo o el debate protección/libre-cambio. Incluso el complejo y casi inescrutable cruce de lo local y lo regional, lo regional y lo nacional; el peso de las practicas clientelistas y de subordinación y finalmente la relación de las elites hacia el proceso.
La historiografía del siglo XIX ha permitido hacerse a la idea de que las dos colectividades tradicionales diferenciadas como partidos hacia mediados de siglo consiguieron el control monopólico del acceso al poder y lo ejercieron desde entonces. En ese proceso se convirtieron en instancias clave para forjar la nacionalidad y establecer nexos perdurables en un país de regiones separadas no solo por grandes distancias y dificultades geográficas, sino por sus actividades económicas y, en general, sus rasgos culturales y sus modos de vida. En tal sentido, cualquier intento por fijar vínculos de clase en razón del carácter de sus actividades: terratenientes o comerciantes, por ejemplo, no logra sostenerse si no en casos específicos y asociado a situaciones regionales particulares. Por el contrario, lo común de los partidos desde sus orígenes es la presencia de diversos sectores que derivarían en su multiclasismo, pero que en el siglo XIX se puede señalar como elites dedicadas simultáneamente a varias actividades económicas. La primera apropiación de la cuestión partidista por sectores populares estuvo atada a las relaciones de dependencia y vinculo personal propios de sociedades tradicionales y rurales, en muchos casos dinamizadas por la participación en guerras civiles o conflictos armados.
No obstante, cierta adhesión al orden colonial y una menor proclividad a la adopción de las corrientes nuevas en lo político, ideológico y económico, en algún grado asociada a sectores terratenientes, permite caracterizar con algunas salvedades al Partido Conservador. Por oposición, el Partido Liberal parecería más dispuesto a la adopción de las corrientes renovadoras, además de poseer una mayor afinidad con los sectores medios y en ascenso.
Dos rasgos adicionales dificultan caracterizar a estos partidos. Por un lado, son partidos que, si bien se unifican en lo nacional alrededor de unos liderazgos significativos, están totalmente atravesados por las diferencias regionales, lo que en algunos casos hace más cercanas a fracciones de partidos diferentes. Por otro lado, las divisiones en facciones tienen como resultado la dinámica conflicto-coalición-conflicto que lleva a los enfrentamientos de la época.
A partir de las guerra civiles de la segunda mitad del siglo XIX, los partidos van a profundizar su presencia en la arena política y la adhesión creciente de la población, a través de mecanismos atávicos, hasta configurar dos colectividades de hondo arraigo y centralidad en la configuración política de Colombia.
El siglo XX
La primera mitad del siglo.
Se distinguen tres periodos básicos de análisis:
La primera mitad de siglo;
El periodo de la Violencia, en la década de los cincuenta;
La época del Frente Nacional y su desmonte hasta el momento actual.
Los partidos y el sistema bipartidista en conjunto logran atravesar estos tres momentos y perduran aun con las profundas transformaciones que sufren la sociedad y la escena política colombiana.
De acuerdo a una serie de autores, los partidos son, más que organizaciones políticas modernas, subculturas que hunden sus raíces en lo pre político de los sectores sociales colombianos que a ellos se adhieren y en torno a sus identidades se construyen. Sin embargo, otros procuran demostrar que la importancia y vigencia de los partidos no están en el hecho de constituir subculturas que hunden sus raíces en lo pre político, sino en compartir un entramado cultural común en el cual la bifurcación bipartidista y sus dinámicas de cooperación y conflicto, de entrecruzamiento y articulación de niveles geográficos, de prácticas y discursos pre y modernos, etc., configuran el espacio en el cual históricamente se despliega la hegemonía de los dos partidos a lo largo de la historia republicana de Colombia.
La primera mitad del siglo XX muestra como los rasgos identificados a lo largo del siglo XIX no solo conservan vigencia sino que se consolidan. Luego de la Guerra de los Mil Días (1899-1902) los partidos entraron en una dinámica de competencia que evitó otro conflicto, al menos de manera abierta, hasta la década del 30. En ello influyo la hegemonía del Partido Conservador, que había impuesto la Constitución de 1886 con su proyecto político centralista, confesional y tendencialmente proteccionista, pero que necesitó de la guerra para afianzar su proyecto de orden y modernización.
El fantasma del conflicto partidista resurgió con mucha fuerza durante el relevo en el control del Estado en 1930, cuando el Partido Liberal derrotó a un Partido Conservador dividió y acabó con la denominada Hegemonía Conservadora (1886-1930). El Partido Liberal había conseguido cooptar líderes y seguidores motivados por las ideas socialistas. En tal resurgimiento incidieron los primeros esfuerzos consolidados por conseguir el reconocimiento del sindicalismo y de algunos derechos sociales. La reforma constitucional de 1936, conocida como “La Revolución en Marcha” buscaba disminuir la injerencia de la Iglesia y fortalecer el predominio de un Estado laico. Las medidas tendientes a reconocer el conflicto por la tierra, los derechos laborales, así como dar mayor participación al Estado en la activad económica y en la construcción de un orden social, tuvieron un carácter moderado. Sin embargo, lograron cuestionar el orden oligárquico prevaleciente y generar alarma en sectores de la elite hasta llevar a la mencionada ruptura interna.
Los partidos y la Violencia.
La Violencia (1948-1963) es un periodo que obliga a replantear las interpretaciones sobre los partidos. La Violencia fue ante todo una lucha entre los dos partidos que tendría sus raíces en las hondas diferencias ideológicas y programáticas que se agravaron con el ascenso del liberalismo al poder y sus intentos reformistas fallidos. Sin la profunda presencia de los partidos y de la diferenciación partidista a lo largo de toda la sociedad colombiana, sería imposible entender el camino que siguieron los acontecimientos.
De acuerdo a Paul Oquist, quien realiza un profundo trabajo sobre este periodo, si bien es viable hablar de violencia liberal-conservadora en el nivel nacional, hay dos tipologías de La Violencia que es necesario desagregar. Por una parte, hay una regionalización de la violencia, pues hubo zonas del país donde el fenómeno paso desapercibido, además de que fue prioritariamente rural, con excepción del “Bogotazo”, un levantamiento en la capital en 1948 tras el asesinato de un líder liberal. Por otra parte, hay distintos tipos de violencia que van desde pugnas familiares y entre poblados vecinos, hasta violencias asociadas a razones ideológico-religiosas o conflictos no resueltos por la tierra.
En términos de los dos partidos, aparece de nuevo lo regional y lo local como instancias fundamentales de una división que conduce a la resolución violenta de los conflictos y las diferencias de interés. Y es esa cultura política común muy dependiente aun de vínculos personales y relaciones clientelares, la que permite que por los intersticios de un Estado débil y parcialmente derrumbado, La Violencia se instaure como mecanismo de interrelación entre los dos partidos.
Paradójicamente, ni La Violencia consigue superar la tendencia histórica a la fragmentación, y con mayor fuerza en el Partido Conservador que en el Liberal, pero igualmente presente en ambos, la división intrapartidista jugara un papel fundamental en el rumbo de los acontecimientos y permitirá, a través de un nuevo recurso a las coaliciones, la búsqueda de una nueva salida negociada que cristalizara en el Frente Nacional.
Los partidos y el Frente Nacional.
Los partidos políticos colombianos, en esencia pluriclasistas, han logrado mantener la unidad de la nación pese a dividirla por periodos en dos bandos irreconciliables; adicionalmente, los partidos son coaliciones de sectores con intereses compartidos y pueden caracterizarse como partidos parlamentarios, electorales, pragmáticos, tradicionales y ajenos al populismo, con importantísimas funciones políticas y sociales. Así pueden verse dos rasgos predominantes del Frente Nacional: conduce a una restauración conservadora y lleva hacia una sociedad bloqueada. Mientras en lo social y económico y en un lapso breve las turbulencias de los años cincuenta sirvieron para que finalmente predominara el capitalismo en Colombia y se avanzara en un desarticulado y desestructurante proceso de modernización social, la política, los partidos, los políticos y las instituciones no hicieron ese tránsito.
Puede verse también cómo el Partido Liberal históricamente ha sido un partido de ciudades con mayor arraigo en sectores medios y populares urbanos, lo cual le aseguraría en este proceso modernizador unas mayorías que se hicieron visibles desde los años cuarenta, pero que no hizo valer para hacer posible la repartición del poder durante el Frente Nacional. Por su parte, el Partido Conservador ha tenido mayor influencia en sectores rurales y campesinos. Ello explica su tendencia a convertirse en minoritario y a tener que recurrir a figuras suprapartidistas, a coaliciones amplias y a las divisiones del Partido Liberal para acceder al poder.
Si bien en este periodo se logro desactivar el mecanismo que motivaba la violencia interpartidista, su reemplazo fueron las atávicas prácticas clientelistas potenciadas y redefinidas en tanto los líderes políticos locales y regionales se convirtieron ante todo en intermediarios entre el Estado, dador de recursos, y la comunidad, pagadora de prebendas por la vía del voto.
La instauración del creciente clientelismo agudizo aun más el faccionalismo dentro de cada partido. Aun así, durante los gobiernos del Frente Nacional (1958-1974) y aun en años posteriores, antes de la década de los años 90, los llamados líderes naturales de los dos partidos, fundamentalmente por tener presencia y aceptación nacional, conservaron alguna capacidad para articular las facciones y los liderazgos nacionales en torno a causas comunes. Rasgo que fue decreciendo conforme pasaban los años.
En este proceso se produce una transformación generacional y de clase o sector social en los liderazgos partidistas locales y regionales. Poco a poco pierden terreno los lideres tradicionales (oligárquicos) para ser reemplazados o competir con nuevos líderes, políticos profesionales, provenientes de sectores populares y medios, cuya principal virtud radica en insertarse en las redes clientelistas y comenzar una carrera ascendente desde lo local hasta lo nacional. Así, los líderes políticos clientelistas permiten:
1) La vigencia de los partidos y que la población y localidades mantengan su fidelidad a uno de los dos partidos;
2) Copan la arena política colombiana, para que conserve su carácter excluyente, pero hace más costosa la política;
3) Democratizan, por una vía no deseada, el liderazgo y la intermediación que se ejerce a través de los partidos, lo cual los fortalece en su pluriclasismo y los mantiene sensibles a intereses y necesidades de los sectores sociales más desposeídos;
4) Desideologizan la política;
5) Hacen permeable el sistema a fenómenos como el de la infiltración de líderes y dineros del narcotráfico;
6) Aun con un faccionalismo creciente e institucionalmente estimulado, hay alguna capacidad de control regional y nacional para no hacer inviable el sistema.
Estas interpretaciones, sumadas a la propia realidad que vive el país en los años 70 y 80, conducen a una caracterización en la que priman las nociones de crisis del régimen bipartidista y, por ende, de los partidos. Crisis que se ahonda y acelera con la violencia y que pone al país en una coyuntura de cambio al comenzar la década de los 90.
El periodo del Frente Nacional es caracterizado como “bipartidismo equilibrado artificial” porque el partido liberal era una mayoría desde 1932. Por último, el periodo 1986-1992 oscilo entre un bipartidismo de dominación y un sistema de partido dominante, para llegar a un pluripartidismo incipiente en las elecciones de 1990-1991, lo cual habría producido la desestabilización de los partidos.
Las aproximaciones desde perspectivas comparadas.
Así como hay disenso entre los autores nacionales acerca de las características del sistema de partidos y de la naturaleza de los partidos políticos colombianos, quienes han abordado el tema de los partidos desde una perspectiva más amplia, haciendo análisis comparativo de la región, lo han visto con otros ojos. Dentro de los trabajos más serios y acertados sobresalen los de Kauffman y los de Mainwaring y Scully.
En suma, aunque utilizan criterios diferentes para analizar el comportamiento de los partidos, las posiciones de estos autores tienden a coincidir, especialmente en los vínculos con la sociedad. Mainwaring y Scully plantean que los partidos tradicionales tienen hondas raíces en la sociedad, sin entrar en los detalles de esta relación. Kauffman discute la configuración partidista en términos de la relación clientelista que se hereda del siglo XIX y que se mantiene a lo largo del presente siglo.
Los dos aportes reconocen la centralidad y vigencia de los dos partidos a lo largo de la historia política colombiana. Establecen que hay indicadores que ayudan a precisar e intentar explicar esa centralidad. Pero en ambos casos, lo relacionado con la organización y funcionamiento de los dos partidos a lo largo de la historia se reduce a constatar la ausencia de una forma moderna de organización, sin indagar o preguntarse cómo, entonces, se ha mantenido esa presencia incluso hasta la fecha en que adelantaron sus escritos.
¿Qué se ve desde la teoría? Downs y Panebianco.
En esta sección retoma unos autores que analizan la situación colombiana desde la perspectiva de Downs. También observa las críticas de Panebianco sobre la relación entre teoría política y realidad política.
No es una contribución al desarrollo histórico del caso colombiano ni da información nueva sobre sus partidos políticos.
Los partidos en crisis y los partidos en auge, todavía.
Al comenzar la década de los años 90 los difíciles momentos que atravesaba Colombia llevaron a modificar la ya centenaria Constitución que llevaba vigente desde 1886. La creciente y compleja violencia que afectaba al país, que adquirió particular dinámica y profundidad con la irrupción del fenómeno del narcotráfico; las dificultades que padecía un régimen particularmente estable pero sometido a muy diversas presiones; la incapacidad de los partidos, inmersos en las practicas de clientelismo moderno, para responder a estos grandes desafíos; los aires de transformación y cambio a medida que se derrumbaba el mundo socialista y se entronizaba la globalización y las leyes en pro de mercados abiertos y estados más pequeños y eficientes; y hasta la desmovilización de algunos grupos guerrilleros, fueron todos preámbulos del proceso que finalmente llevaría a la elaboración de una nueva Constitución en Colombia, la Carta de 1991.
Las continuidades y los cambios han propiciado un cumulo de interpretaciones en torno a dos grandes hipótesis: la de unos partidos en crisis y en vías de disolución y la de unos partidos resistentes y con increíble capacidad de adaptación a nuevos contextos.
Los partidos en crisis.
En el último tiempo han proliferado en Colombia interpretaciones basadas en la noción vaga de crisis, que engloba tanto al régimen, como a la sociedad, el Estado, la gobernabilidad y la economía. Los partidos no se han salvado de tal caracterización que, valga la verdad, tiene mucho en qué apoyarse empíricamente.
Los partidos tradicionales perdieron su disciplina y su capacidad de anudarse regional y tradicionalmente, cuestiones que se han agravado por la corrupción y el clientelismo. La desaparición de jefaturas naturales y las dinámicas electoreras en todos los niveles confirmarían una tendencia incuestionable hacia la práctica desaparición de las colectividades como fuerzas colectivas capaces de incidir en decisiones fundamentales. Sucede ahora que las mayorías se conforman bajo criterios de negociación política pragmática y atada a intereses particulares, por no decir individuales. Los partidos, como representantes de intereses colectivos, se ven frente a la amenaza de que gremios y otras asociaciones sustituyan la intermediación partidista.
Los argumentos se fortalecen en lo empírico en tanto sirven para poner en cuestión a los partidos, pero al contrario, se fortalecen en lo normativo cuando han de dar cuenta de la lógica que les permite mantenerse en lugares de privilegio en un régimen y un sistema sujetos a cambios muy profundos, a raíz de la nueva Constitución.
¿Cuál crisis? Vigencia, adaptación, renovación de los partidos.
Elección tras elección, sea cual sea el nivel político, los dos partidos tradicionales y el bipartidismo en su conjunto conservan una inocultable e incontrastable vigencia. Ciertamente, las condiciones de acceso al poder, así como las de su ejercicio, han sufrido cambios significativos que han afectado el papel desempeñado por los partidos y la dinámica y la lógica con la cual se ejerce la intermediación política. Pero esto parece normal y esperado dada la magnitud de los cambios que se han dado en los contextos institucionales y en las reglas de juego, especialmente a partir de la Constitución de 1991.
¿Existe en realidad una crisis del régimen, una crisis de legitimidad, una crisis de los partidos? Este cuestionamiento básico constituye ante todo un llamado a mayor investigación, a más preguntas sistemáticas que permitan desentrañar qué es en realidad lo que está sucediendo en la escena política colombiana de los años recientes.
Las cosas han cambiado, pero no tanto como se desearía y, seguramente, en una dirección que no es y no ha sido la esperada por muchas de las reformas institucionales introducidas. Lo que resulta claro es que lo que se ha mantenido vigente y perdurable no es solo el bipartidismo, sino también las practicas de intermediación prevalecientes, las cuales en alguna medida parecen haber pasado del clientelismo moderno al clientelismo de mercado. Pero en ese tránsito, y pese a conservar la vigencia y los rasgos de estabilidad del régimen, han perdido centralidad, protagonismo y presencia para representar intereses, responder a demandas de amplios sectores de la población y canalizar los conflictos fundamentales que atraviesan la sociedad colombiana, con los logros y las carencias, las virtudes y los defectos, lo elitista y antidemocrático con que, según muchos analistas, lo hicieron en épocas anteriores.
A manera de conclusión, perspectivas y en aras de una agenda de investigación.
Para superar una mirada excesivamente descriptiva, desde un comienzo se acogieron dos interpretaciones opuestas que están hoy en día en discusión: los partidos en crisis y los partidos en plenitud de condiciones.
Es indiscutible el reconocimiento acerca de la presencia, permanencia y vigencia de las dos colectividades tradicionales en la arena política colombiana. No obstante, el control sobre el sistema político y sus mecanismo de funcionamiento, acceso y conservación del poder ha sufrido modificaciones. Algunas provenientes de los profundos cambios que ha sufrido la sociedad colombiana y otros de los distintos cambios en las reglas del juego, en el régimen político. Cambio que, ante todo, han llevado a readecuar las practicas de intermediación, a redefinir y replantear las líneas de influencia entre lo local, lo regional y lo nacional, y a generar tensiones entre una sociedad que dejo de ser tradicional por definición y una cultura política que todavía permanece anclada en prácticas, costumbres y referentes atávicos.
Los partidos tradicionales se mueven entre una recurrente centralidad en la escena política, que traduce todavía control hegemónico sobre las palancas básicas de poder dentro de las reglas de juego impuestas por el régimen, y la creciente pérdida de capacidad para canalizar los conflictos centrales de la sociedad colombiana, los cuales se han trasladado tanto en la dirección de la apatía e indiferencia ante la política como en la dirección de la insurgencia armada.
De lo primero resulta la reconocida estabilidad de un régimen y unas instituciones que se puede definir, pese a sus carencias y limitaciones, como democrático.
De lo segundo surgen, se reproducen y agravan un conjunto de dificultades que por momentos resultan en situaciones, procesos y factores que coexisten con la institucionalidad vigente, en esa paradójica y no resuelta amalgama entre orden y violencia, violencia y democracia, que ha caracterizado a la sociedad y a la política en Colombia.
[1] No especifica mucho de las reformas, pero por lo que busqué, son reformas de carácter federal (dar autonomía a cada uno de los estados colombianos)
[2] Bolívar tenía una tendencia monarquista, mientras que Santander tendía al republicanismo.
Entradas recientes
Ver todoLos estudios clásicos de teoría de las relaciones internacionales no abordan los temas éticos con la seriedad que merecen por diversas...
Orientalismo es un modo de relacionarse con Oriente basado en el lugar especial que éste ocupa en la experiencia de Europa occidental. El...
El orden pre-moderno del este asiático estaba dividido en distintos territorios y dominios, cada uno con su propia soberanía. Más allá de...
Comments